Desde su ático en la torre más alta de Madrid sentía literalmente el mundo a sus pies. Se sirvió un whisky y se acercó al borde de la terraza. Respiró hondo y, por primera vez, se dio cuenta de que había cumplido todos y cada uno de sus sueños.
Invertir en aquel banco había sido la mejor decisión de su vida. A partir de ahí todo fue coser y cantar. Sin hipoteca que pagar, sus únicos gastos fijos eran las cuotas del gimnasio y la chica que le hacía la colada y planchaba las camisas.
Lo tenía todo.Tomó un sorbo e intentó pensar en algo, un objetivo, un reto. Bebió un trago más largo. Nada. No había nada. No había llegado a los 40 y no tenía ningún aliciente para levantarse por la mañana. Se sintió viejo.
Invertir en aquel banco había sido la mejor decisión de su vida. A partir de ahí todo fue coser y cantar. Sin hipoteca que pagar, sus únicos gastos fijos eran las cuotas del gimnasio y la chica que le hacía la colada y planchaba las camisas.
Lo tenía todo.Tomó un sorbo e intentó pensar en algo, un objetivo, un reto. Bebió un trago más largo. Nada. No había nada. No había llegado a los 40 y no tenía ningún aliciente para levantarse por la mañana. Se sintió viejo.
Sin pensarlo acercó una silla, se subió a ella y alcanzó la barandilla. Sacó los pies por fuera y los dejó colgando mientras apuraba la copa. Los hielos chocaron contra su boca mientras echaba la cabeza hacia atrás para no dejar ni una gota.
Fue la última gota. Lo tenía todo.
Fue la última gota. Lo tenía todo.